Ahora que se aproxima el cincuenta aniversario de la muerte de Robert Kennedy, quizás sea un buen momento para recordar la primera y misteriosa tragedia que de las muchas que asolaron a este poderoso y popular clan; la del hermano mayor, Joseph Patrick Kennedy Jr. “Joe”.
Antecedentes; la ambición de un padre.
Joseph Patrick Kennedy Sr. era nieto de emigrantes irlandeses llegados a Estados Unidos huyendo de la Gran Hambruna de Irlanda. Su padre fue un próspero comerciante de licores, líder de la comunidad irlandesa de Boston, y de su familia heredó la afiliación al Partido Demócrata, la lucha por lograr que los católicos irlandeses fueran plenamente admitidos en la sociedad norteamericana y la animadversión a los ingleses. Gracias a diversos negocios e inversiones, algunos bastante oscuros, llegó a convertirse en uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos y en el líder de la comunidad irlandesa en ese país. Fue uno de los grandes valedores del presidente Franklin Delano Roosevelt y fruto de este apoyo, y entre otros asuntos, Kennedy obtuvo con la colaboración del hijo mayor de Roosevelt, James, el monopolio de la importación de güisqui irlandés a Estados Unidos, un negocio que, tras la derogación de la Ley Seca, produjo unos beneficios fabulosos.
La familia al completo |
La alianza entre ambos clanes políticos se resquebrajó a raíz del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Kennedy estaba decidido a impedir que su país volviera a intervenir en apoyo de Inglaterra, y obtuvo el puesto de embajador en Londres con el reconocido propósito de evitar que se repitieran asuntos como el del “Telegrama de Méjico”, del que hablaremos en otra ocasión, que forzó la entrada de U.S.A, en la anterior guerra. Roosevelt, por su parte, se mostraba cada vez más dispuesto a ceder ante las presiones de los partidarios de plantar cara a la Alemania Nazi. Cuando el presidente decidió, en contra de la tradición política de su país, presentarse a un tercer mandato, muchos, incluido Kennedy, pensaron que lo hacía con el único propósito de involucrar a América en la guerra, que en aquel momento parecía ganada por Hitler, con el que Kennedy era partidario de negociar. En septiembre de 1940, en plena campaña, surgió un escándalo que afectaba a uno de los hijos de Roosevelt, Elliott, otro de los protagonistas de esta historia, acusado de obtener el nombramiento de capitán del Cuerpo Aéreo del Ejército sin reunir los requisitos exigidos. Kennedy, al parecer, tenía influencia en los medios de comunicación que destaparon el asunto, y en octubre de aquel mismo año Roosevelt lo destituyó de su puesto de embajador. Su cese supuso un inmenso alivio para el gobierno británico, cuyo primer ministro, Winston Churchill, veía en los irlandeses-americanos en general, y en Kennedy en particular, el mayor peligro para su deseada alianza trasatlántica.
Joseph Patrick “Joe” Kennedy Jr.; un hombre con un destino.
Mucha gente no sabe que quiere hacer con su vida, con frecuencia hasta que esta se acaba, pero ese no era el caso de “Joe” Kennedy. Ya desde antes de nacer su padre había decidido que sería el primer presidente de los Estados Unidos de origen irlandés, y él se consagró por completo a esa misión. Además, parecía reunir lo necesario para lograrlo: guapo, carismático, deportista, buen estudiante… todo el mundo, empezando por él mismo, estaban seguros de que tendría éxito.
Cuando su país se unió a la guerra dejó la universidad de Harvard y se alistó como aviador naval. Fue destinado a Gran Bretaña para pilotar bombardeos en misiones antisubmarino. En este puesto podía acumular acciones de guerra contra un enemigo impopular (los U-Boot eran temidos por su eficacia durante la llamada “Batalla del Atlántico “) sin demasiado riesgo, ya que la aviación alemana hacía tiempo que había dejado de aventurarse en el canal, y sin “mancharse las manos” en los brutales bombardeos que masacraban las ciudades germanas. Había participado en veinticinco misiones de combate, lo cual le permitía volver a casa, cuando decidió presentarse voluntario para lo Operación Afrodita.
Jugando al Fútbol americano |
Los primeros "drones"; la Operación Afrodita.
Según se aproximaba la fecha de la invasión de Europa, los altos mandos aliados empezaron a comprobar que los grandes bombardeos que tan eficaces resultaban en las zonas urbanas alemanas no tenían ningún resultado contra los bunkers de la llamada “Muralla del Atlántico”. El motivo era su falta de precisión, ya que las bombas se precipitaban en caída libre, sin que fuera posible dirigirlas, así que se concibió un plan, inspirado por los Kamikazes japoneses, para asegurarse de que toda la carga de un bombardero estallara justo en el lugar previsto: estrellar los aviones contra su objetivo. No se trataba de reclutar pilotos suicidas, sino de dirigir esos aviones por control remoto. Dadas las limitaciones de este sistema en la época, las aeronaves debían despegar con una tripulación humana que saltaba en paracaídas una vez se activaba el control remoto, accionado desde otro avión que volaba junto al primero y lo acompañaba hasta el momento de estrellarlo contra el blanco. Las primeras pruebas resultaron un fracaso que costó varias vidas debido a los problemas con el pilotaje a distancia, por lo que el sistema fue varias veces modificado hasta que se logró por primera vez que uno de esos aviones alcanzara su objetivo, produciendo numerosas bajas en el enemigo y cuantiosos daños materiales. Esto disparó la confianza en el proyecto.
El perfecto chico americano en las páginas de la revista Life |
La siguiente misión debía ser la definitiva, la que decidiría el uso masivo de esos aviones contra los búnkeres alemanes que tantos daños habían causado durante el Desembarco de Normandía. El piloto encargado de dirigirla era “Joe” Kennedy, que se había ofrecido voluntario, acompañado por el teniente John Wilford quien, consciente de la transcendencia de la misión, había hecho valer su rango para desplazar al copiloto habitual de Kennedy. Por ese mismo motivo, al bombardero, además del avión guía y la escolta habituales, iba a acompañarlo un caza De Havilland “Mosquito”, que filmaría la operación, tripulado por el piloto Robert A. Tunnel y el camarógrafo David J. McCarthy. Despegaron el veintitrés de julio de 1944 y el vuelo transcurrió sin problemas hasta que, poco antes de internarse en el canal y tras realizarse con éxito las primeras pruebas de pilotaje por control remoto, Kennedy armó la bomba y los pilotos se dispusieron a saltar. En aquel momento, el avión estalló.
La explosión fue tan fuerte que dañó el caza “Mosquito”, que volaba más cerca del aparato que los trescientos pies que tenía autorizados, por lo que tuvo que regresar a su base para efectuar un aterrizaje de emergencia. El comandante de esa base era el antes mencionado Elliott Roosevelt. La marina atribuyó la causa de la explosión a un descuido de Kennedy al armar la bomba y el proyecto, pese a algún intento posterior, languideció hasta ser abandonado. Alemania, además, ya no tenía líneas de defensa realmente temibles. La investigación preliminar obligatoria en los casos de accidente, descartó, sin embargo, el error humano, ya que antes de que se produjera la explosión Kennedy retransmitió por radio el código establecido para indicar que el detonador había sido armado: “Spade Flush”, sus últimas palabras conocidas, y no hubiera podido hacerlo si se hubiera equivocado al activarlo, porque este carecía mecanismo de explosión retardada. El problema fue atribuido entonces a un fallo en el receptor o a una “señal vagabunda”. No fue ese el único error detectado en la narración inicial de lo sucedido. Años después, Elliott Roosevelt afirmaría haber comandado el “mosquito” que se alejó tras el incidente. Sin embargo, los registros de la fuerza aérea indican que quien pilotaba era Tunnel, esto significaría que, o bien Elliott mentía o en su día falsificó los registros de vuelo como jefe de la base. El camarógrafo McCarty aseguró haber sufrido heridas al romperse el plexiglás de la cabina y que el piloto, al que se refiere en todo momento como “Bob”, tuvo que alejarse a toda prisa para efectuar un aterrizaje de emergencia. Sin embargo, solo consta que McCarty fuera hospitalizado, y no se sabe si conocía a Tunnel antes de ese vuelo. Elliot Roosevelt, por su parte, dista de poder ser considerado un testigo fiable.
Elliott Roosevelt; un tipo poco de fiar.
Elliott era el cuarto hijo del presidente Franklin D. Roosevelt, y desde joven demostró su interés por la aviación… y los chanchullos. Desempeño brevemente diversos trabajos, incluido el de gerente de una compañía de aeronáutica propiedad de una amiga de la familia y el de redactor de aviación en los periódicos de W. Hearst, hasta que en 1933 se vio involucrado primero en el llamado “Escándalo del Correo Aéreo”, un acuerdo entre compañías para repartirse este servicio postal en Estados Unidos atajado por la administración Roosevelt, y luego en un intento secreto de venta de bombarderos a Stalin disfrazados de aviones civiles, dando origen a su controvertida relación con el dictador soviético. Su vinculación con el presidente le permitió salir indemne de ambos asuntos e incluso fue nombrado vicepresidente de la Cámara de Comercio Aeronáutica, si bien tuvo que dejar el cargo poco más de un año después.
Elliott en la época del Proyecto Afrodita |
En 1940, en medio de la campaña a la reelección de su padre, que era el primer presidente, y hasta ahora el único, en presentarse a ese puesto por tercera vez, estalló un considerable escandalo al saberse que Elliott había sido nombrado capitán del Cuerpo Aéreo sin reunir, al parecer, los requisitos necesarios. Este asunto fue muy significativo, ya que hasta entonces el presidente Roosevelt había contado con el respaldo total de los propietarios de los medios de comunicación, una de las bases de su popularidad, llegando al punto de ocultar a los votantes no solo la separación de su esposa Eleanor, sino incluso la parálisis que lo obligaba a usar una silla de ruedas. La primera fisura en este apoyo se produjo, justamente, a raíz de este escándalo. El tema pudo silenciarse y Elliott entró a formar parte del servicio de inteligencia de la fuerza aérea.
Acompañó a su padre a las conferencias de Casablanca y Terán, donde se alineó con las propuestas de Stalin, incrementando las sospechas sobre sus nexos con la URSS. Especialmente polémico es su respaldo a la idea del dictador Soviético de asesinar tras la guerra a los oficiales, técnicos, científicos e intelectuales alemanes, para asegurarse de que este país no volviera a ser una potencia, tesis que llegó a contar con la aprobación de su enfermo padre. Solo la firme oposición de Churchill (que contaba con Alemania para frenar a la URSS tras la guerra) logró evitar in extremis su aplicación. Pese a estas discrepancias, Elliott mantuvo una buena relación con el primer ministro británico mientras estuvo en Inglaterra, actuando con frecuencia como correo entre él y su padre.
Durante la guerra desempeñó labores de reconocimiento y de dirección, aunque el afirmó haber participado en centenares de misiones de combate. Recibió numerosas condecoraciones, tanto de Estados Unidos como de sus aliados. El presidente Roosevelt logró que el senado lo nombrase general, y presionó para que fuera considerado apto como piloto de combate, pese a haber sido antes descartado. Tras la muerte de su padre, el cuerpo aéreo forzó su retiro. Esta decisión coincidió con un nuevo escándalo. En 1947 tuvo que enfrentarse a cargos de corrupción ante una Subcomisión especial del Senado, en este caso por la compra de aviones para el ejército. Designado (sin que se hicieran públicos los motivos) en 1943 para dirigir la comisión que debería decidir la adquisición de un nuevo modelo de avión de reconocimiento, quedó demostrado que se dejó “agasajar” por Howard Hughes, que lo invitó a Hollywood y organizó fiestas y visitas a clubs nocturnos junto a numerosas jóvenes aspirantes a estrellas, gastando decenas de miles de dólares (de la época), y logrando que recomendara su modelo de avión, considerado por muchos obsoleto. En estas fiestas conoció a la actriz Faye Emerson, de la que se enamoró y con la que se casó tras divorciarse de su esposa. La pareja se trasladó a vivir con Eleonor, que adoraba a su hijo, aunque el matrimonio se disolvió tras un intento de suicidio de Faye cortándose las muñecas.
Probó sin éxito la carrera política, que incluyó un breve paso por la alcaldía de Miami. Luego tomó parte en diversos negocios, algunos relacionados con el crimen organizado. En 1973 fue formalmente acusado de intentar asesinar al primer ministro de las Bahamas, que se había negado a facilitar licencias de juego a uno de sus socios, el famoso Meyer Lansky. Aunque las pruebas contra él eran numerosas —incluían el cheque con los honorarios acordados y una conversación grabada por el asesino contratado—, logró evitar la cárcel huyendo a la Portugal del dictador Caetano y, tras la caída de este, a Londres. Su apellido, y quién sabe si algo más, le facilitaron, también en esta ocasión, solucionar sus problemas con la justicia, pudiendo regresar a los Estados Unidos, donde falleció en 1990.
La “Teoría de la conspiración”; sí, la primera.
Las extrañas circunstancias que rodearon la desaparición de Joseph Patrick Kennedy Jr., las contradicciones entre la versión inicial de lo sucedido y las pruebas, o más bien indicios, aparecidos después, el hecho de que a ningún otro avión participante el el Proyecto Afrodita le estallase la carga en pleno vuelo, el trágico fin de sus hermanos y la oscura personalidad de Elliott han alimentado la idea de un complot detrás de su muerte. Los motivos tras este posible crimen serían, como no, políticos y, curiosamente, en este caso estarían mucho más claros que en el de sus hermanos. Joseph parecía imposible de detener en su objetivo de alcanzar la presidencia, su currículum, tanto civil como militar era impecable y solo le faltaba una distinción heroica. La Operación Afrodita, que de haber tenido éxito hubiera salvado la vida de miles de soldados americanos implicados en ese momento en la Batalla de Normandía, se la hubiera dado. A partir de ahí el camino estaba claro: el senado, gobernador de algún estado de la costa este y la Casa Blanca, quizás en menos de diez años. Algo así no podía ser menos del agrado de Churchill, que se había esforzado al máximo para sacar a su padre de la embajada y lo último que deseaba era un presidente americano reconocidamente anglófobo. Tampoco Stalin lo veía con buenos ojos por su decidido anticomunismo (y, según algunos, filonazismo). Estas supuestas simpatías nazis también preocupaban al lobby judío y a todos los opuestos este régimen.
Joseph P. Kennedy Jr. y Elliott Roosevelt durante la convención del Partido Demócrata |
Muchas dudas sobre lo sucedido podrían, quizás, haberse aclarado con la película rodada desde el caza “mosquito”, pero, curiosamente, el último rollo, el que recogía tanto la explosión como los momentos previos a la misma, desapareció sin dejar rastro.
Tampoco se molestó nadie en investigar en profundidad. Para los Kennedy dar más publicidad al asunto podría haber recordado a la opinión pública las causas de su enfrentamiento con Roosevelt y, por tanto, su supuesta afinidad con los nazis en un momento en el que, tras descubrirse el horror de los campos de concentración, los millones de simpatizantes que esta ideología había tenido a uno y otro lado del Atlántico sufrían un generalizado proceso de amnesia colectiva. Y ningún otro posible implicado tenía el menor interés en enredar con el tema.
Tampoco se molestó nadie en investigar en profundidad. Para los Kennedy dar más publicidad al asunto podría haber recordado a la opinión pública las causas de su enfrentamiento con Roosevelt y, por tanto, su supuesta afinidad con los nazis en un momento en el que, tras descubrirse el horror de los campos de concentración, los millones de simpatizantes que esta ideología había tenido a uno y otro lado del Atlántico sufrían un generalizado proceso de amnesia colectiva. Y ningún otro posible implicado tenía el menor interés en enredar con el tema.
Pero, en cualquier caso, no deja de ser una gran historia para contar durante una buena sobremesa ;)
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